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El ámbito mental de las representaciones ficticias

5.4. La construcción del sentido

5.4.1. El ámbito mental de las representaciones ficticias

Según los filósofos y los científicos cognitivos la arquitectura de la mente cognitiva mantiene dos tipos de estados mentales, deseos y creencias, que difieren funcionalmen-te en relación con la forma en que son causados y según sus pautas de infuncionalmen-teracción con otros componentes de la mente (Searle, 1983, nichols y Stich, 2003). Algunas creencias son causadas directamente por la percepción y otras se derivan de creencias preexisten-tes por medio de procesos de inferencia deductiva y no deductiva, mientras que unos deseos son causados por sistemas que monitorizan diversos estados corporales (hambre y sed, por ejemplo), otros (deseos instrumentales o submetas) se generan en un proceso de razonamiento práctico y planificación que tiene acceso a creencias y deseos preexis-tentes, otros en fin surgen de protocolos menos estudiados. El sistema de razonamiento práctico no se limita a generar submetas, también tiene que determinar qué estructura de metas y submetas ha de ser obedecida en cualquier momento. Una vez hecho esto, la decisión es transmitida a varios sistemas controladores de la acción cuyo trabajo con-siste en secuenciar y coordinar las conductas necesarias para llevar a cabo la acción.

Añádase a esto que los deseos, las creencias y otras actitudes proposicionales son estados intencionales. Tener una creencia o un deseo con un contenido particular es tener una representación con ese contenido almacenada del modo apropiado en la mente.

Todos los autores, como ya dijimos, atribuyen una importancia especial dentro de la teoría de la mente al surgimiento de las destrezas de fingimiento desde el trabajo

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inaugural de A. Leslie (1987) que caracteriza a las ficticias como representaciones desacopladas, es decir, marcadas como funcionalmente diferentes y por tanto sin riesgo de confusión con las no ficticias.

Perner (1991) las relaciona con las representaciones de situaciones de las mis-mas cosas en momentos temporales diferentes y con la capacidad de trabajar con modelos múltiples de la realidad (actual y pasado o futuro; estado actual, estado deseado, y pasos necesarios para alcanzarlo; modelo real y modelo imaginario, etc.), que el niño empieza a manifestar en torno a los 18 meses.

nichols y Stich (2003: 63), en fin, las vinculan con la emergencia de un dispositi-vo adicional de la mente cognitiva, que se une a los de Deseo y de Creencia, el disposi-tivo o caja de los mundos Posibles, para decirlo con su fórmula topográfica, un espacio de trabajo en el cual nuestro sistema cognitivo construye y almacena temporalmente representaciones de uno o más mundos posibles, por ejemplo las representaciones que especifican lo que sucede en un episodio de simulación. Según estos autores, la función evolutiva original de este dispositivo debe de haber sido facilitar el razonamiento acerca de situaciones hipotéticas, aunque acabó siendo usado para múltiples tareas y juega un papel importante en la «lectura de la mente» y en la generación de empatía.

Lo interesante de esta última versión es que, al tiempo que mantiene diferenciadas las representaciones del mecanismo de creencias (es decir, todo lo que sabemos a partir de nuestra experiencia en el mundo) de las representaciones del mecanismo de mundos posibles (los acontecimientos ficticios que coyunturalmente ocupan nuestra imagina-ción y atenimagina-ción, como cuando leemos un texto literario), establece un dispositivo por el que se comunican y pueden interactuar, por ejemplo, utilizando creencias del primer mecanismo como premisas en las actividades del segundo, siempre que no sean incom-patibles con las representaciones de este. De esta manera, se facilita el enriquecimiento a partir de las situaciones iniciales de simulación y la conexión entre lo hipotético o fic-ticio y los conocimientos sólidos de la experiencia; esto es fundamental, pues es lo que permite que las simulaciones, y por tanto la literatura de ficción, adquieran un sentido válido en relación con los valores y las situaciones personales de cada uno.

En efecto, los estados mentales que llamamos creencias son la manera en que queda registrada en la mente de cada uno su experiencia de la realidad empírica; aun-que subjetivas, son, por lo general, consistentes y adecuadas a la realidad: podemos tener creencias equivocadas, pero la mayor parte de las creencias de cómo funciona el mundo nos permiten vivir en él sin muchos sobresaltos. Cuando decimos que la realidad actúa como modelo de la ficción queremos decir que los lectores esperan que los mundos ficticios funcionen de acuerdo con los patrones que ellos creen que hacen

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funcionar al mundo real. Por eso, en la mente se forman dos dispositivos separados pero conectados: la caja de las creencias, en la que se encuentra todo nuestro saber sobre el mundo, y la caja de los mundos posibles, donde almacenamos provisional-mente representaciones hipotéticas como las ficciones, entre otras cosas.

La separación es necesaria por el carácter diverso de las proposiciones que con-tiene cada dispositivo y por la necesidad de reconocer la ficción como ficción. Pero la comunicación entre ambas cajas permite viajes fructíferos en las dos direcciones: la caja de las creencias mantiene operativo todo su contenido en la caja de los mundos posibles salvo el que es cuestionado por los episodios que ocupan coyunturalmen-te esta última, es decir, en los episodios de simulación son accesibles y pueden ser utilizadas eficazmente todas las creencias acerca del mundo y de la vida que posee el individuo; pero a su vez, el contenido específico de la caja de los mundos posibles, es decir, las representaciones que se actualizan en los episodios de simulación del tipo de la lectura de relatos literarios, pueden ser utilizados, con todas las cautelas, para realizar inferencias que acaben ocupando la caja de las creencias, como ocurre con las hipótesis en la ciencia y con las ficciones en el arte. El primer recorrido define el proceso de modelización de la ficción por la realidad que nos permite comprender el universo narrativo sin necesidad de más especificaciones y descripciones que las estrictamente necesarias, aceptarlo como un mundo posible en el que nosotros nos inscribimos con naturalidad e interpretarlo mecánicamente. El segundo recorrido in-vita a enriquecer nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos, a entrar en relación productiva con las situaciones que el relato pone en nuestra imaginación.

Esta relación, sin embargo, dista de ser simple en el caso del relato literario, por cuanto exige un sutil equilibrio entre la inmersión en la ficción y la conciencia de la realidad. Por un lado, el lector ha de asumir con confianza el mundo ficticio como si fuera verdadero, pues de otra manera el contacto con él no sería eficaz; por otro, es preciso mantenerlo diferenciado para no caer en el engaño y la ilusión, situaciones diferentes de la ficción e igualmente ineficaces desde el punto de vista cognitivo.

Para explicar la consecución de tal equilibrio es importante distinguir, como pro-pone Jean-marie Shaeffer (1999: 173), entre lo que él llama el estado de inmersión ficcional (para el caso, la asunción de los acontecimientos ficticios sin cuestionarse su valor de verdad) y la asunción de una creencia (la plena conciencia de su veraci-dad). Se trata de dos niveles de tratamiento de la información. La inmersión accede a las representaciones antes de traducirlas a creencias y el lector puede recrearlas sin cuestionar su valor referencial, en virtud del pacto con el autor («fingimiento lúdico compartido» en la terminología de Shaeffer) que le permite, igualmente, evitar la

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elaboración de creencias falsas a partir de contenidos de ficción. En otros términos, la situación de inmersión ficcional propia de la recepción artística se caracteriza por la existencia conjunta de engaños miméticos preatencionales y una neutralización concomitante de esos engaños mediante un bloqueo de sus efectos en el nivel de la atención consciente. «La eficacia de ese bloqueo, debido a la creencia (consciente) de que nos encontramos en un marco ficcional, nos permite dejar operar sin riesgo a los engaños funcionales preatencionales que inducen la postura representacional o perceptiva indispensable para la inmersión» (Shaeffer 1999: 174).

Sin la base empírica que aportan los actuales estudios de psicología cognitiva, neurología y demás ciencias de la mente, Arthur Koestler, con aguda intuición, sin-tetizó hace ya años el funcionamiento de estos mecanismos:

Otra característica de la ilusión artística es que no consiste en un cambio total de la aten-ción desde el campo de la realidad al de la ficaten-ción, sino que ambos campos están a la vez presentes en la mente. Un público que olvidase por completo el Aquí y el Ahora y aceptase totalmente la realidad de lo que ocurre en el escenario, no tendría una experiencia de Arte, sino de trance hip-nótico. [...] El arte es inseparable de ese delicado equilibrio que despierta la presencia simultánea de la mente en ambos campos: de ese ver una cosa bajo dos luces diferentes, dos contextos men-tales en uno y al mismo tiempo. Es esta precaria suspensión de la narrativa entre los dos campos lo que hace posible el constante flujo de emoción del campo inferior al superior, más la catarsis purificadora que resulta de ello (1967: 276 277).

Encontramos, pues, en estos dos mecanismos, en esta presencia simultánea en la conciencia de la realidad y la ficción, diferenciadas pero en interacción mutuamente enriquecedora, la clave de todo el trabajo mental subyacente en la percepción del arte.

El resultado es la profundización en el sentimiento, pero acompañado de lucidez; em-patía con las situaciones y los individuos imaginarios, pero también distancia crítica, aspectos que lo distinguen de formas más banales de narración (la narración como entretenimiento o la narración interactiva) en las que el predominio de la inmersión en lo ficticio sobre el sentido de realidad reduce la lucidez y la distancia crítica, a favor de una inmersión de satisfacción fugaz y conocimiento escaso o insignificante.