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De la guerra a la violencia

Breve cronología del M-19

1.2. De la centralidad de la violencia

1.2.3. De la guerra a la violencia

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“ellos”, no excluyen guerras de religión, que por lo general son guerras civiles o guerras entre civiles.

82 Además es limitada en el tiempo y el espacio, sometida a reglas jurídicas particulares variables según los lugares y las épocas.” 112

Podríamos expresarlo de otro modo: son guerras necesarias o justas, porque cumplen con las condiciones de la guerra justa. Este punto es muy importante en el conjunto de la historia de guerra y de violencia en nuestro país, porque comprende al conjunto de actores en la contienda en todo tiempo, y es un fundamental en el debate en torno a la legitimidad de las causas y los actores.113

Lo que en el Siglo XIX es una forma de constituir la nación, en el Siglo XX se constituye en enfermedad y patología.

El punto de quiebre parece estar en la llamada “Guerra de los Mil Días” a comienzos del siglo XX, entre 1899 y 1902. Sectores liberales buscan recuperar el poder, en un enfrentamiento que deja cientos de personas muertas en combate, heridos, lisiados o discapacitados; la profundización de la polarización entre liberales y conservadores; crisis fiscal y empobrecimiento del país; La guerra termina en una serie de tratados:

de Chinácota, Neerlandia y Wisconsin, en los cuales se pacta, entre otros, la separación de Panamá, y se concluye con la elección de un gobierno conservador que incluye a un sector liberal. Diversos autores la explican como origen de las posteriores confrontaciones

112 Citado en Enciclopedia de Paz y Conflictos. Instituto de la paz y los conflictos. Universidad de Granada.

Granada, 2004

113Somos herederos de esa tradición de Occidente, desde San Agustín, que lo expresaba así: “Están permitidas las guerras que no sean emprendidas por ambición o crueldad, sino por el deseo de la paz, a fin de que sean reprimidos los malos y favorecidos los buenos (...) No se busca la paz como medio para la guerra, sino que se emprende la guerra para conseguir la paz”. Hasta nuestros días, son bien conocidos y esgrimidos los condicionamientos que establecen en sus teorías San Agustín, Santo Tomás y Francisco de Vitoria, para que una guerra sea justa:

Que sea declarada por autoridad legítima (estados soberanos, fines públicos, no privados)

Que sea por una causa justa (contra injusticia, defensa contra agresión y supresión de derechos fundamentales)

Que se hayan agotado los medios pacíficos

Que sus fines sean justos (soluciones justas y equitativas) y los medios justos (proporción entre medios y fines)

Que exista una proporción entre el bien que se busca y el mal que se causa.

83 partidistas en 1930 y 1948, denominadas la “Pequeña violencia”. Para diferenciarlas de La Violencia, a la cual se adjudica el origen del actual conflicto armado.

Como La Violencia se comprende el periodo entre 1948 y 1954. Dicho de manera simple, es el enfrentamiento de los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, producto de una agudización de sectarismos, que se desatan y trasladan y desenvuelven en la población, sobre todo campesina, para convertirse en un nudo de violencias y barbarie que conduce a la muerte de alrededor de 200.000 personas . Sobre las cifras siempre ha habido discusión: hay quienes hablan de 80.000, otros de 400.000. Unos hablan de guerra civil no declarada, pero lo que se ha acuñado es el término “La Violencia”.

Su detonante fue el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948, tal vez el antecedente más importante de un proceso de violencia política que venía incubándose desde los años treinta y la década de los cuarenta. Signos del ascenso del descontento social y de la polarización en las élites, fueron entonces numerosas huelgas de asalariados y movilizaciones agrarias, frente a las expectativas por los anuncios de la “revolución liberal en marcha” (1934) del gobierno liberal de Alfonso López Pumarejo, quien intentó un proceso de reformas en la educación, el campo y el trabajo en función de la naciente industria y de las exportaciones cafeteras. Los sectores conservadores, en alianza con la jerarquía católica, sectores latifundistas y empresarios cafeteros, radicalizaron la oposición al reformismo liberal, y no fue suficiente que el gobierno de Eduardo Santos, para conciliar con ellos y con la propia élite liberal, declarara una “pausa” en las reformas, incluyendo parar la reforma agraria de 1936.

Durante este periodo el sector conservador acogió los discursos del franquismo, y el lado liberal pasó de la influencia republicana a alinearse con Estados Unidos en contra del nazismo y la amenaza comunista. Se agudiza la oposición conservadora; luego de un intento de golpe militar, su jefe, Laureano Gómez, es acusado penalmente y obligado al exilio; y el presidente obligado a retirarse de su cargo antes de las elecciones de 1944, que ganaría el conservador Mariano Ospina Pérez.

La emergencia de sectores campesinos, del sindicalismo y de sectores medios urbanos en busca de espacios económicos y políticos, es canalizada por la corriente disidente liberal encabezada por Jorge Eliecer Gaitán, enfrentado a la élite de su propio partido. El partido liberal se divide en las elecciones de 1944 y el gaitanismo se opone tanto al gobierno conservador como a la dirección de su propio partido. Las protestas campesinas y de trabajadores son reprimidas violentamente en varias regiones. Entre 1944 y 1947 amplios sectores populares acogen las ideas gaitanistas114 y se movilizan en movilizaciones multitudinarias. Bajo el lema “Contra la oligarquía liberal y conservadora”, el gaitanismo se proyecta como seguro triunfador en las elecciones presidenciales.

114 Gaitán comienza a plantear que la confrontación es entre “oligarquía” y pueblo, y no entre pueblo liberal y conservador ya que “el hambre no tiene color político.”

84 El asesinato de Gaitán desata un levantamiento insurreccional en Bogotá y en muchas regiones del país, y es respondido con mayor represión desde el gobierno. Dirigentes liberales no gaitanistas entran al gobierno de Ospina para intentar una conciliación, pero la dinámica de violencia y sectarismo político se impone: desde el gobierno y en las ciudades y campos con una mezcla de organismos del Estado, civiles y bandas de paramilitares (“contrachusma”

– “guerrillas de paz”), por un lado, y el surgimiento de guerrillas liberales en varias regiones del país (Llanos Orientales, Cundinamarca, Tolima, Santander, Huila y Antioquía).

Sobre La Violencia, periodo en que corrió mucha sangre, también han corrido ríos de tinta, para tratar de comprender qué fue lo que pasó, y por qué pasó. Para explicarnos y comprendernos como país, como pueblo. Para preguntarnos si somos violentos por naturaleza, genéticamente, o si es culpa de las élites y de los partidos, amparados en una versión colombiana de Hobbes. O si es “simple” continuidad de una historia de violencias recrudecida en un momento, o si es interrupción de una historia de democracia. Y como explicación o justificación del surgimiento de las guerrillas colombianas, en sus diversas etapas y manifestaciones.

Un tema que siempre emerge es la pregunta por la violencia como continuidad o como ruptura. Por, si bien de un lado, se establecen diferencias las guerras y violencias entre los siglos XIX y XX, de otro propone en la mayoría de los autores una visión de continuidad entre las guerras civiles del siglo XIX y las violencias del siglo XX. En una lectura de larga duración se tiende a ver las confrontaciones armadas del siglo XX como prolongaciones o continuidad de las del siglo XIX. Tenemos una sola historia, signada por la violencia, que se erige en nuestro destino.

Para afirmarlo, sólo tomaré algunos ejemplos:

Según Luis Javier Ortiz para Gonzalo Sánchez “existe también la continuidad de la violencia, pues, en su concepto, Colombia ha sido un país de guerra permanente. Y aquella no es sólo endémica, sino componente estructural de nuestra vida social y un elementos consustancial al tipo de democracia excluyente que tenemos en Colombia. “115 Lo comprueba

115 ORTIZ, Luis Javier. “Guerras civiles e Iglesia Católica en Colombia en la segunda mitad del siglo XIX”. En Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840-1902. Grupo de investigación

85 Gonzalo Sánchez: “Lo que salta más bien a la vista... es que Colombia ha sido un país de guerra endémica, permanente.”116

Diana L. Ceballos Gómez117 se pregunta:

” ¿Por qué Colombia parece ser un país atrapado irremediablemente por el conflicto?

¿Por qué la historia de Colombia - por lo menos durante el último cuarto del siglo XIX y durante el siglo XX - parece ser diferente y haber tomado rumbos distinto al de los países de América Latina, mostrando un uso desmedido de la fuerza, de los medios político violentos, que ha dejado un número de víctimas sin parangón en otros países del área? (…)

(…) Hay, pues cierto factor de continuidad en la forma de canalizar, expresar, dar forma y salida a los conflictos sociales, políticos, culturales y simbólicos, que toma cuerpo en la agresión hacia el otro y no en el camino de la búsqueda de un acuerdo profundo, por la vía del consenso.”

Llama la atención la manera negativa de entender el conflicto, asociado a la guerra y la violencia, y no, como parte de la convivencia humana. Es algo muy común en nuestro medio.

Esto como introducción a una explicación de un entramada complejo de causas diversas y múltiples de las violencias: un bipartidismo polarizante; el proceso de modernización118 entre 1880 y 1930 que presionará “para que el enfrentamiento y la expresión del conflicto de

“manera abierta abandone la forma de guerra civil para tomar la forma de la violencia”119; una sociedad de débiles ciclos económicos, el papel de la Iglesia; la necesidad de ascenso social de una población mestiza; la fragilidad del Estado; la alta regionalización que genera fragmentación política; la tenencia de tierra; la baja inmigración extranjera; la falta de guerras RELIGION, CULTURA Y SOCIEDAD “Guerras civiles, religiones y religiosidades en Colombia, 1840-1902”.

Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Bogotá, 2005, p. 64

116 SÁNCHEZ, Gonzalo; PEÑARANDA, Ricardo. Pasado y presente de la violencia en Colombia. CEREC.

Bogotá, 1991

117 CEBALLOS GOMÉZ, Diana. “Un balance sobre problemas colombianos”. En Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1840-1902. Grupo de investigación RELIGION, CULTURA Y SOCIEDAD “Guerras civiles, religiones y religiosidades en Colombia, 1840-1902”. Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Bogotá, 2005, pp. 29 - 31

118 Las guerras y violencias como componente del proceso de modernización no son patrimonio exclusivo de Colombia: vale la pena mirar las guerras de unificación de Alemania en la misma época (contra Dinamarca, Italia y Francia), así como las violencias internas que luego derivan en militarismos de origen prusiano y las violencia nazi de los años 30.

119 CEBALLOS GOMÉZ, Diana. Op cit., p.34

86 internacionales; la diversidad cultural y étnica como generadora de diferentes imaginarios del otro y los otros; la pobreza como caldo de cultivo de la violencia; el acceso limitado a la educación, la memoria familiar y colectiva que remite a formas de actuar violentas heredadas.

Eduardo Posada Carbó en su último libro La nación soñada120, retoma el tema en un capítulo llamado “Cuando la historia no ayuda”, en el cual cita desde García Márquez, Alberto Lleras Camargo, hasta Gonzalo Sánchez que destaca de nuevo como característica de nuestra historia

“la no resolución de los contrarios, su terca coexistencia, como si formaran parte de una cierta disposición natural de las cosas”.

Quiero recoger y discutir, a partir de estas afirmaciones, varios asuntos en torno a guerra y la violencia:

1. La guerra en el Siglo XIX fue una partera de la historia, mientras en el Siglo XX, para muchos autores, la partera pareciese convertirse en “abortera” de la historia, en la medida en que el parto nunca termina.

2. Parece haber una diferencia de calidad en cuanto a las expresiones armadas entre el siglo XIX y el XX. Si bien no se niega la continuidad, pareciese existir un cambio de percepción que establece quiebres: a partir del siglo XX, luego de la guerra de los Mil Días, los historiadores comienzan a hablar de violencia, menos de guerras. ¿A qué se debe eso?

3. De lo anterior deriva también una discusión conceptual, que igualmente es necesaria porque parece existir en muchos autores una equiparación de conflicto con violencia, y guerra con violencia.

¿Qué es lo que entonces hace diferentes las confrontaciones bélicas y armadas del siglo XIX al XX? ¿Qué ha cambiado? ¿Obedece a nuevas situaciones, o a nuevas interpretaciones y una comprensión ampliada de estos conceptos?

120 POSADA CARBO. Eduardo. La nación soñada. Fundación Ideas para la paz; Grupo Editorial Norma.

Bogotá, 2006, pp. 49-50

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¿Por qué acá hablamos ahora de “violencia”, y antes de “guerra”? Ninguna guerra es incruenta, toda guerra es violencia. Ambas son la imposición de una voluntad por la fuerza, y sin el consentimiento del otro121. Sin embargo, las guerras implican una ética, un código, lo que Ignatieff llama “el honor del guerrero”: “Allí donde de practicaba el arte de la guerra, sus protagonistas distinguían a los combatientes de los que no lo eran, los objetivos legítimos de los no legítimos….Y aunque los códigos se incumplían con la misma frecuencia que se observaban, la guerra sin ellos no pasaba de ser una vulgar carnicería.”122 La guerra implica un ordenamiento, una racionalidad, es una forma de ordenar y estructurar la violencia con una direccionalidad. Pero de ninguna manera eso implica que esto la haga menos violenta. Los ejemplos abundan.

Sin embargo, llama la atención ese cambio de percepción de los historiadores y estudiosos. La violencia es patología. La guerra, acto político y creador, tiene un comienzo y un fin, así exista una sucesión de guerras, y así implique el sacrificio de vidas humanas. La guerra del siglo XIX tiene en la voz de quienes la estudian, algo de épica, heroicidad, valores, humanidad, mientras que la violencia carece de ello. Llama la atención que la guerra no se reconoce como una expresión de violencia: organizada, racionalizada, calculada. La más sofisticada quizás, de acuerdo con el contexto histórico, de las violencias organizadas.

1.2.4. ¿La Violencia, signo del Siglo XX?

Hay una pista en Gonzalo Sánchez y Mario Aguilera123 al analizar el tránsito al Siglo XX:

“La guerra de los Mil Días fue una guerra masiva, sangrienta y nacional. Masiva por la magnitud no sólo de los hombres levantados en armas…, sino también por el amplio

121Apoyándonos en Johan Galtung y otros autores, tenemos maneras de definir la violencia, sus diversas expresiones y manifestaciones, tales como: Por violencia entendemos el uso o amenaza de la fuerza de potencia, abierta u oculta, con la finalidad de obtener de uno o de varios individuos, algo que no consienten libremente o de hacerles algún tipo de mal (físico, psíquico o moral). La violencia, por tanto, no es solamente un determinado tipo de acto, sino también determinada potencialidad (...) una forma de “hacer, (pero también) de “no dejar hacer”, de negar potencialidad.

122 IGNATIEFF, Michael. El honor del guerrero. Taurus. Madrid, 1999, p.114

123 SÁNCHEZ, Gonzalo, AGULERA, Mario. Op.cit., pp.19-20

88 apoyo social brindado a los contendientes. Sangrienta, por el número de víctimas y la forma de eliminación de los adversarios. Nacional en tanto que fue copando, durante tres largos años de duración, toda la geografía colombiana…”

“La guerra de los Mil Días es, pues, una guerra tan o más sangrienta y destructiva que las otras del siglo XIX, y en este sentido la última de ese periodo. Con ella, la extrapolación de las dinámicas perversas de la guerra terminó creando un repudio generalizado al recurso bélico como instrumento legítimo de la política y con una invocatoria a la necesidad de fundar la política sobre nuevos parámetros. “

Sin embargo, nadie niega el carácter político de esta confrontación. Pero a partir entonces se habla de “violencia” y posteriormente “violencias”.

¿Qué ha cambiado? ¿Obedece a nuevas situaciones, o a nuevas interpretaciones y una comprensión ampliada de estos conceptos?

La Violencia parte en dos la historia de Colombia.124 Un hito que sustenta esta afirmación es el primer estudio realizado en 1962 sobre la “Violencia de los años 50”, a cargo de Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, reeditado en 2005, llamado La Violencia en Colombia. Es piedra fundante de lo que hoy llamamos “violentología”; sus periodizaciones, cronologías y jerarquización de los epicentros de la violencia han servido de base a todas las investigaciones posteriores. Allí se dice:” Por periodos sucesivos, la violencia y el terror vuelven a levantar su horrible cabeza enmarañada de Medusa, como copia casi fiel de lo ocurrido antes; y ahora, al adentrarnos en el nuevo siglo, la tragedia tiende a repetirse paso a paso de manera irresponsable.” 125 En este estudio se establece como responsables a las élites políticas y económicas (la oligarquía), pero lo importante es que se retoma la naturaleza endémica y cíclica de la violencia, como parte constitutiva de la historia colombiana. Y aunque también hay explicaciones económicas relacionadas con las modernizaciones, lo volvimos un asunto moral y genético, naturalizando la violencia cultural.

124 PALACIO, Marco, SAFFORD, Frank. Colombia, país fragmentado, sociedad dividida. Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2002, pp. 631-632 ss.

125 Reedición de “La “Violencia en Colombia”, dos tomos. Taurus. Bogotá, 2005, p.13

89 Este estudio hace un balance general del periodo de la Violencia y de las dictaduras; afirma que “el gran total de muertos sería aproximadamente de 180.000 personas” y que se puede calcular en 200.000 los muertos hasta 1962. Se estima en cerca de un millón de personas los desplazados por causa de la violencia, el 10% de ellos al exterior y una proporción mayoritaria hacia las ciudades, especialmente Bogotá, Cali, Ibagué, Medellín, Pereira, Armenia, Cartago, Palmira, Chaparral, Neiva, Líbano y Girardot. Las corrientes de migración forzada hacia nuevas zonas de colonización agregan centenares de miles. Decenas de miles de fincas son abandonadas y vendidas a menor precio ante la inminencia del asalto fatal y son frecuentes las crónicas sobre los especializados en estas compras y en crear las dinámicas violentas para acaparar tierras. Basados en testimonios y documentos recabados en el Tolima, Caldas, Valle, Quindío y otras zonas, los mencionados investigadores anotan cambios en las corrientes de urbanización, en las huellas de la cultura y en la economía.

Lo primero sobre lo quiero llamar la atención es sobre la manera como se nombre este periodo: La Violencia en mayúsculas.

La manera como se ha somatizado este periodo, ha sido hablar de “La Violencia”, dándole a la violencia un carácter por encima de los seres humanos. La Violencia aparece en la historia como una medusa o un poder sobrenatural o como catástrofe natural. Se erige en personaje y se difuminan las responsabilidades de sectores y actores políticos concretos que quedan eximidos de sus responsabilidades. Los dos partidos que agenciaron este fenómeno nunca asumieron sus responsabilidades. O se traslada la “responsabilidad” o”irresponsabilidad” al pueblo campesino, o se busca la explicación, cargada de extrañeza y escandalizada, en lo salvaje que resultó ser el pueblo, la “chusma”: “En contraparte, este país se adaptó relativamente bien a convivir con la Violencia. Al final de La Violencia, todos los notables en coro condenarían el salvajismo del pueblo.”126

Pocos asumen alguna responsabilidad. Encontré dos ejemplos:

126 PECAUT, Daniel, en ORTIZ SARMIENTO, Carlos Miguel. Estado y subversión en Colombia. La violencia en el Quindío en los años 50. Prólogo. CIDER Uniandes, CEREC. Bogotá, 1985, p. 17

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“La violencia desencadenada se ordena, se estimula, fuera de todo riesgo, por control remoto. La violencia más típica de nuestras luchas políticas es la que hace atrozmente víctimas humildes en las aldeas y en los campos, en las barriadas de las ciudades, como producto de choques que ilumina el alcohol con sus lívidas llamas de locura. Pero el combustible ha sido expedido desde los escritorios urbanos, trabado con frialdad, elaborado con astucia, para que produzca sus frutos de sangre…” (Alberto Lleras, tomado de PALACIO Y SAFFORD, PAG.634/5, Mensaje en vísperas de elecciones de 1946)

Revista Semana edición 13 de enero de 1947127. Mensaje en vísperas de elecciones del 46):

Los partidos que coléricamente se disputan la palma del martirio, contribuyen decisivamente a que los hechos /de violencia) vuelvan a provocarse, a que haya impunidad, a que la criminalidad ocasional se tape con sus banderas y levante testigos para amparar los ofensores o derivar la responsabilidad hacia las personas inocentes.

El historiador colombiano Ricardo Arias Trujillo128 escribe sobre este periodo:

“El conflicto que envolvió al país durante varios años se conoce como “La Violencia”.

No se le dio el nombre de “guerra civil” ni de “revolución” como algunos contemporáneos lo llamaban, la denominación de Violencia se impuso y pasó a ser de uso común en la cotidianidad. Campesinos, terratenientes, empresarios, trabajadores urbanos, periodistas, académicos, intelectuales, jóvenes y viejos, todo el mundo se refría a “La Violencia”. Los políticos también, por supuesto. La popularización de la expresión no se debió a razones fortuitas, a la simple “casualidad”, a cosas del “azar”.

Por el contrario, existían motivos de peso. La Violencia es una denominación vaga, abstracta. Frases repetidas por miles de campesinos como “la Violencia me mató la familia”. “la Violencia me quitó la tierra”, “la Violencia me hizo huir del campo”, no aludían a nadie en concreto, no se referían a personas que pudiesen ser identificadas;

remitían, más bien a una especie de “fatalidad histórica”, similar a un terremoto o al cualquier otra calamidad provocada por la naturaleza. Por la naturaleza, no por los hombres, no por el entorno social. Es decir, se trataba de un fenómeno surgido de repente, imprevisible, sin relación alguna a la acción de los hombres, ajeno por completo al contexto de la época. Si todo se debía, en última instancia, a “la Violencia!, los verdaderos protagonistas de la confrontación se esfumaban, quedaban hábilmente ocultos, al igual que sus intereses, que sus motivaciones. Además la misma denominación tenía una ventaja adicional de presentar esos episodios como algo esporádico, como una interrupción, circunscrita a un corto periodo. Lograr que la sociedad hablara no de la “guerra civil”, sino de “la Violencia”, obedecía, por consiguiente a los intereses ideológicos de aquellos que, una vez finalizado el conflicto,

127 Tomado de PALACIO Y SAFFORD. Op.cit., p.635

128 ARIAS TRUJILLO, Ricardo. Historia de Colombia contemporánea (1920-2010). Edición Uniandes. Bogotá, 2011, p. 89