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SILENCIANDO A LOS CORDEROS

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 187-190)

Cuando el animismo era el sistema de creencia dominante, las normas y los valores humanos tenían que tomar en consideración los puntos de vista y los intereses de muchos otros seres, como animales, plantas, hadas y espíritus. Por ejemplo, una banda de cazadores-recolectores en el valle del Ganges pudo haber establecido una regla que prohibiera a la gente talar una higuera particularmente grande, no fuera que

el espíritu de la higuera se enfadara y se vengara. Otra cuadrilla de cazadores- recolectores que viviera en el valle del Indo pudo haber prohibido a la gente la caza de zorros de cola blanca, porque un animal de estas características reveló una vez a una anciana sabia dónde podrían encontrar ellos la preciada obsidiana.

Tales religiones tendían a ser muy locales en su perspectiva, y a destacar los rasgos únicos de localidades, climas y fenómenos específicos. La mayoría de los cazadores-recolectores pasaban toda su vida dentro de un área de no más de 1.000 kilómetros cuadrados. Para sobrevivir, los habitantes de un valle concreto necesitaban comprender el orden sobrehumano que regulaba su valle, y ajustar su comportamiento en consecuencia. No tenía sentido intentar convencer a los habitantes de algún valle distante para que siguieran las mismas reglas. Las gentes del Indo no se preocupaban de enviar misioneros al Ganges para convencer a los locales de que no cazaran zorros de cola blanca.

Parece ser que la revolución agrícola estuvo acompañada por una revolución religiosa. Los cazadores-recolectores recogían plantas silvestres y perseguían

animales salvajes, cuya categoría podía ser considerada igual a la de Homo sapiens.

El hecho de que el hombre cazara carneros no hacía que estos fueran inferiores al hombre, de la misma manera que el hecho de que los tigres cazaran al hombre no hacía a este inferior a los tigres. Los seres se comunicaban entre sí directamente y negociaban las normas que regulaban su hábitat compartido. Por el contrario, los granjeros poseían y manipulaban plantas y animales, y difícilmente podían degradarse para negociar con sus posesiones. De manera que el primer efecto religioso de la revolución agrícola fue convertir en propiedad a plantas y animales que antes fueron miembros iguales en una mesa redonda espiritual.

Sin embargo, esto planteó un gran problema. Los granjeros quizá deseaban un control absoluto de sus ovejas, pero sabían perfectamente que su control era limitado. Podían encerrar a las ovejas en rediles, castrar a los moruecos y hacer criar selectivamente a las ovejas hembra, pero no podían asegurar que estas concibieran y parieran corderillos sanos, ni podían impedir la propagación de epidemias fatales. ¿Cómo podían, pues, proteger la fecundidad de los rebaños?

Una teoría básica sobre el origen de los dioses argumenta que estos alcanzaron importancia porque ofrecían una solución a este problema. Divinidades tales como la diosa de la fertilidad, el dios del cielo y el dios de la medicina pasaron a ocupar un papel central cuando plantas y animales perdieron su capacidad de hablar, y el principal papel de los dioses era el de mediar entre los humanos y las plantas mudas y los animales. Gran parte de la mitología antigua es en realidad un contrato legal en el que los humanos prometen devoción imperecedera a los dioses a cambio de poder dominar a las plantas y los animales; los primeros capítulos del libro del Génesis son un buen ejemplo de ello. Durante miles de años después de la revolución agrícola, la liturgia religiosa consistía principalmente en que los humanos sacrificaban corderos, vino y pasteles a los poderes divinos, quienes a cambio prometían cosechas

abundantes y rebaños fecundos.

La revolución agrícola tuvo inicialmente un impacto mucho menor en la condición de otros miembros del sistema animista, como las rocas, las fuentes, los espíritus y los demonios. Sin embargo, también estos perdieron gradualmente su estatus a favor de los nuevos dioses. Mientras la gente vivía toda su vida dentro de territorios limitados de unos pocos cientos de kilómetros cuadrados, la mayoría de sus necesidades podían ser cubiertas por los espíritus locales. Pero una vez que los reinos y las redes comerciales se expandieron, la gente necesitó contactar con entidades cuyo poder y autoridad abarcaran un reino entero o toda una cuenca comercial.

El intento de dar respuesta a estas necesidades condujo a la aparición de religiones politeístas (del griego poli, «muchos», theós, «dios»). Estas religiones comprendieron que el mundo estaba controlado por un grupo de poderosas divinidades, como la diosa de la fertilidad, el dios de la lluvia y el dios de la guerra. Los humanos podían invocar a estos dioses y los dioses podían, si recibían devoción y sacrificios, dignarse a conceder lluvia, victoria y salud.

El animismo no desapareció completamente con el advenimiento del politeísmo. Demonios, hadas, espíritus, rocas sagradas, manantiales sagrados y árboles sagrados continuaron siendo una parte integral de casi todas las religiones politeístas. Tales espíritus eran mucho menos importantes que los grandes dioses, pero para las necesidades mundanas de muchas personas ya eran lo bastante buenos. Mientras el rey, en la capital del reino, sacrificaba decenas de gordos carneros al gran dios de la guerra, al tiempo que rezaba para obtener la victoria contra los bárbaros, el campesino en su choza encendía una candela al hada de la higuera y rezaba para que ayudara a curar a su hijo enfermo.

Sin embargo, el mayor impacto de la aparición de los grandes dioses no fue sobre

los corderos o los demonios, sino sobre la condición de Homo sapiens. Los animistas

creían que los humanos eran solo uno de los muchos seres que habitaban en el mundo. Los politeístas, en cambio, veían cada vez más el mundo como un reflejo de la relación entre los dioses y los humanos. Nuestras plegarias, nuestros sacrificios, nuestros pecados y nuestras buenas obras determinaban el destino de todo el ecosistema. Una inundación terrible podía barrer a miles de millones de hormigas, saltamontes, tortugas, antílopes, jirafas y elefantes, solo porque unos pocos sapiens estúpidos habían irritado a los dioses. Por lo tanto, el politeísmo exaltaba no solo la condición de los dioses, sino también la de la humanidad. Los miembros menos afortunados del antiguo sistema animista perdieron su autoridad y se convirtieron en extras o en el decorado silencioso en el gran drama de la relación del hombre con los dioses.

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 187-190)