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VERDADEROS CREYENTES

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 102-104)

Es probable que más de un lector se haya retorcido en su silla al leer los párrafos anteriores. En la actualidad, la mayoría de nosotros hemos sido educados para reaccionar de esta manera. Es fácil aceptar que el Código de Hammurabi era un mito, pero no queremos oír que los derechos humanos sean asimismo un mito. Si la gente

se diera cuenta de que los derechos humanos solo existen en la imaginación, ¿no habría el peligro de que nuestra sociedad se desplomara? Voltaire dijo acerca de Dios que «Dios no existe, pero no se lo digáis a mi criado, no sea que me asesine durante la noche». Hammurabi habría dicho lo mismo acerca de su principio de jerarquía, y

Thomas Jefferson acerca de los derechos humanos. Homo sapiens no tiene derechos

naturales, de la misma manera que las arañas, las hienas y los chimpancés no tienen derechos naturales. Pero no se lo digamos a nuestros criados, no sea que nos maten por la noche.

Tales temores están bien justificados. Un orden natural es un orden estable. No hay ninguna probabilidad de que la gravedad deje de funcionar mañana, aunque la gente deje de creer en ella. Por el contrario, un orden imaginado se halla siempre en peligro de desmoronarse, porque depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos. Con el fin de salvaguardar un orden imaginado es obligado realizar esfuerzos continuos y tenaces, algunos de los cuales derivan en violencia y coerción. Los ejércitos, las fuerzas policiales, los tribunales y las prisiones trabajan sin cesar, obligando a la gente a actuar de acuerdo con el orden imaginado. Si un antiguo babilonio dejaba ciego a su vecino, por lo general era necesario cierto grado de violencia para hacer cumplir la ley del «ojo por ojo». Cuando, en 1860, una mayoría de ciudadanos norteamericanos llegaron a la conclusión de que los esclavos africanos son seres humanos y por lo tanto debían gozar del derecho a la libertad, hizo falta una sangrienta guerra civil para que los estados sureños lo aceptaran.

Sin embargo, un orden imaginado no puede sostenerse solo mediante la violencia. Requiere asimismo verdaderos creyentes. El príncipe Talleyrand, que inició su carrera camaleónica bajo el reinado de Luis XVI, sirvió posteriormente a los regímenes revolucionario y napoleónico y cambió su lealtad a tiempo de terminar sus días trabajando para la monarquía restaurada. Su célebre frase «Se pueden hacer muchas cosas con las bayonetas, pero es bastante incómodo sentarse sobre ellas» resume décadas de experiencia de gobierno. Un único sacerdote suele hacer el trabajo de cien soldados, y de manera mucho más barata y eficiente. Además, con independencia de lo eficientes que sean las bayonetas, alguien tiene que esgrimirlas. ¿Por qué habrían de mantener soldados, carceleros, jueces y policía un orden imaginado en el que no creen? De todas las actividades colectivas humanas, la más difícil de organizar es la violencia. Decir que un orden social se mantiene mediante la fuerza militar plantea inmediatamente la cuestión: ¿qué mantiene el orden militar? Es imposible organizar un ejército únicamente mediante la coerción. Al menos algunos de los mandos y los soldados han de creer realmente en algo, ya sea Dios, el honor, la patria, la hombría o el dinero.

Una pregunta incluso más interesante se refiere a los que se encuentran en la cima de la pirámide social. ¿Por qué querrían hacer cumplir un orden imaginado si ellos mismos no creen en él? Es relativamente común aducir que la élite puede hacerlo debido a la codicia cínica. Pero es improbable que un cínico que no cree en nada sea

codicioso. No hace falta mucho para proporcionar las necesidades biológicas objetivas de Homo sapiens. Una vez se han cubierto dichas necesidades, se puede gastar más dinero en la construcción de pirámides, tomarse unas vacaciones alrededor del mundo, financiar campañas electorales, financiar a nuestra organización terrorista favorita o invertir en el mercado de valores y conseguir todavía más dinero… todas ellas actividades que un verdadero cínico encontraría absolutamente sin sentido. Diógenes, el filósofo griego que fundó la escuela cínica, vivía en una tinaja. Cuando Alejandro Magno visitó en una ocasión a Diógenes, mientras este se hallaba descansando al sol, y le preguntó si había algo que pudiera hacer por él, el cínico contestó al poderosísimo conquistador: «Sí, hay algo que puedes hacer por mí. Por favor, muévete un poco a un lado. Me tapas la luz del sol».

Esta es la razón por la que los cínicos no construyen imperios y por la que un orden imaginado solo puede mantenerse si hay grandes segmentos de la población (y en particular grandes segmentos de la élite y de las fuerzas de seguridad) que creen realmente en él. El cristianismo no habría durado 2.000 años si la mayoría de los obispos y sacerdotes no hubieran creído en Cristo. La democracia estadounidense no habría durado 250 años si la mayoría de los presidentes y congresistas no hubieran creído en los derechos humanos. El sistema económico moderno no habría durado ni un solo día si la mayoría de los accionistas y banqueros no hubieran creído en el capitalismo.

In document Sapiens – Yuval Noah Harari (página 102-104)