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EL ESTADO COMO UN ÓRGANO DE REPRESIÓN

LOS GRACCO

EL ESTADO COMO UN ÓRGANO DE REPRESIÓN

Como hemos visto, el Estado puede reducirse en última instancia, a cuerpos especiales de hombres armados en defensa de la propiedad privada. En los primeros tiempos de la República al ejército no se le permitía entrar en Roma, y no había guarnición del ejército en la capital.

Los eventos revolucionarios del período anterior, sin embargo, persuadieron a la camarilla gobernante de la necesidad de tomar medidas especiales. Por lo tanto, Sila tomó medidas para fortalecer el estado como un órgano de represión. Por primera vez creó un verdadero ejército permanente, formado por militares profesionales especialmente seleccionados, reclutados entre los esclavos libertos, que sumaban alrededor de 10.000.

Hoy en día, el estado está rodeado de una mística que se ha construido a lo largo de los siglos. Se presenta como un poder que está por encima de la sociedad (lo que es) y, sobre todo, de los intereses de clase (lo que no es). Es el Santo de los Santos, y no debe ser cuestionado. Pero en el tiempo de Sila, la naturaleza y el papel del estado era evidente para todos.

La fuerza establecida por Sila pretendía ser una especie de guardaespaldas de la oligarquía, pero no era defensa, como en el pasado, contra un enemigo extranjero, sino defender a la clase dominante contra sus propios ciudadanos . Aquí ya tenemos el bosquejo de la futura Guardia Pretoriana. Aquí está el embrión de todos los modernos órganos especiales de represión estatal: se crea una fuerza armada profesional y permanente, para defender a los ocupantes del gobierno del Estado contra las personas que ese mismo Estado dice defender.

Habiendo concentrado el poder en sus manos, Sila aplastó implacablemente tanto al Partido Popular como a los capitalistas. Desde la época de Cayo Graco, el gobierno había proporcionado al proletariado la distribución de grano gratis. Sila abolió esto. Cayo Graco había alentado la formación de una clase de capitalistas (los equites) mediante el desarrollo del sistema de la agricultura impositiva, mediante el cual los particulares podían desplumar a las provincias ricas de Asia para su propio beneficio. Sila dio un fuerte golpe a los capitalistas romanos al abolir el sistema de intermediarios y establecer impuestos fijos para Asia, que se pagarían directamente al Tesoro en Roma. Graco dio a los capitalistas un lugar privilegiado en el sistema legal. Sila abolió los tribunales ecuestres y restableció los tribunales senatoriales. En resumen, la orden ecuestre apuntalada por Gaius Graco, fue abolida por Sila.

Es imposible gobernar la sociedad solo mediante la represión y el ejército es una base demasiado estrecha para lograr un régimen estable. Por lo tanto, Sila necesitaba una política que le diera una base social. Siguiendo una línea de acción que era teóricamente aceptable tanto para los conservadores como para los demócratas, intentó sin éxito retrasar el tiempo alentando la creación de pequeñas granjas mediante la colonización de territorios en Italia. Ordenó la disolución de algunos grandes latifundios, que serían ocupados por soldados de su propio ejército. Esfuerzos similares, ilusiones de retorno a una antigüedad clásica idílica e imaginaria, adelantaron dos mil años más tarde los fascistas italianos, con el mismo éxito que Sila. En la época de Sila, los grandes latifundios dominaban la agricultura del mismo modo que los grandes monopolios dominan nuestro propio mundo. Los días del pequeño campesino libre habían terminado, y todos los intentos de revivirlos estaban destinados a fracasar.

¿Qué clase tenía el poder ahora? En teoría, todo el poder había pasado al Senado. Pero en la práctica, esto solo fue un show. El poder real se concentró en las manos de Sila y el ejército. En un movimiento ostensiblemente diseñado para fortalecerlo, Sila introdujo300 nuevosmiembros enel Senado, muchos eran los hombres jóvenes de las antiguas familias patricias y otros muchos los miembros del propio círculo de Sila. Estos nuevos funcionarios agradecieron a Sila por su ascenso y le fueron incondicionales. Todo esto fue el reflejo de una situación donde la clase dominante encontrándose debilitada y agotada por largos años de lucha, cedió el poder político a un “hombre fuerte” para que gobierne en su nombre como garantía del orden económico-social existente, pero éste de hecho, usurpa el poder y lo refuerza creando un nuevo estado a su propia imagen.

Mientras preservaba las formas externas de la vieja democracia republicana, Sila le quitaba cualquier contenido real. Mommsen explica:

"El campo burgués permaneció formalmente soberano; pero en lo que respecta a sus asambleas generales, si bien al regente le pareció necesario conservar sus nombres, fue aún más cuidadoso para evitar cualquier actividad real de su parte. Sila se ocupó incluso de los derechos de ciudadanía de la manera más despectiva; no tuvo dificultades en concederla a las nuevas comunidades burguesas o en otorgarlo

masivamente a los españoles y los celtas”.113

Sila hizo todo para consolidar su control del poder. Pero había pasado por alto un pequeño detalle. El ejército romano al que debía su poder político, se había transformado por completo. Los soldados ya no tenían ninguna lealtad al estado, sino solo a sus comandantes. Y esta lealtad solo duraba mientras que se garantizara a los soldados una cantidad aceptable del botín. En el curso de la guerra civil, al menos de seis Generales habían sido asesinados por sus propias tropas. El ejército que había llevado a Sila al poder, tenía ahora una medida concreta de su propia fuerza y no estaba dispuesto a someterse a nadie.

Un ejemplo típico del cinismo de los hombres como Sila fue el abolir la pena de muerte por delitos políticos, en el momento en que sus propios asesinos a sueldo derribaban a sus enemigos reales o imaginarios por todos lados. Cuando Sila intentó afirmar su autoridad sobre el ejército, inmediatamente se encontró con la resistencia en su propio estado mayor. Naturalmente, sus principales oponentes eran las personas en las que había depositado la mayor confianza: Gnaeus Pompeus, a quien había confiado la conquista de Sicilia y África y a quién tenía la intención de convertir en su yerno; y Quintus Ofella. Cuando Sila, a través del Senado, ordenó a Pompeyo que desmovilizara sus ejércitos, éste se negó. El arrogante y advenedizo Pompeyo le dijo a Sila que a la gente le preocupaba más el amanecer que la puesta de sol. Sin embargo, Sila decidió intentar un compromiso con Pompeyo. Ofella no tuvo tanta suerte. La pena de muerte había sido abolida para los ‘delitos políticos’, pero de todos modos, Sila lo hizo decapitar en la plaza del mercado.