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LA REBELIÓN DE LOS GLADIADORES

ESPARTACO: UN VERDADERO REPRESENTANTE DEL PROLETARIADO DE LA ANTIGÜEDAD

LA REBELIÓN DE LOS GLADIADORES

En el momento del levantamiento de Espartaco, la república romana estaba entrando en un período de agitación que mas tarde desembocaría en el gobierno de los Césares. Los territorios romanos se expandían al este y al oeste; los generales ambiciosos podían hacerse un nombre luchando en España o Macedonia, y luego labrarse una carrera política en Roma. Roma era una sociedad militarista: las batallas fueron teatralizadas y se escenificaron en el nuevo entretenimiento popular del combate de gladiadores. Mientras que los gladiadores exitosos eran idolatrados, en términos de status social, tenían apenas algunos pocos más privilegios que los convictos; de hecho, algunos gladiadores fueron criminales condenados, otros eran esclavos. En este momento, la esclavitud significaba aproximadamente una población de una cada tres persona en Italia. Los esclavos estaban sujetos a castigos extremos y arbitrarios por parte de sus dueños; mientras que la pena de muerte para romanos libres rara vez se invocaba (y se ejecutaba de forma humanitaria), los esclavos eran crucificados de manera habitual.

Espartaco fue entrenado en la escuela de gladiadores (ludus) cerca de Capua, perteneciente a un tal Lentulus Batiatus. Fue aquí que en el 73 a.C, Espartaco dirigió una revuelta de 74 gladiadores, que se armaron, dominaron a sus guardias y escaparon. Así es cómo Plutarco describe los hechos en la sección de su Historia romana, “La vida deCraso”:

“Lainsurrección de los gladiadores y la devastación de Italia, comúnmente llamada la guerra de Espartaco, comenzó en esta ocasión. Un sujeto de nombre Lentulus Batiatus entrenó a un gran número de gladiadores en Capua, la mayoría de ellos galos y tracios, quienes, no por ninguna falta

cometida por ellos, sino simplemente por la crueldad de su maestro, fueron confinados para este objeto y obligados a pelear entre sí. Doscientosdeellosidearonunplan para escapar, pero al ser descubiertos, solo setenta y ocho de ellos que se dieron cuenta a tiempo lograron anticiparse a su amo, salieron de las tiendas con cuchillos de cocina y se abrieron paso a través de la ciudad, capturaron por el camino varios carros que llevaban las armas de los gladiadores a otra ciudad, se apoderaron de ellos y se armaron”.

Así fue, que armados con los cuchillos de la cocina y un carro lleno de armas que tomaron, los esclavos huyeron a las laderas del Monte Vesubio, cerca de la actual Nápoles. La noticia de la fuga animó a otros a seguirlos. Un flujo constante de esclavos rurales pronto se unió a los amotinados, cuyo número comenzó a aumentar. El grupo invadió la región, atacando las granjas para obtener alimentos y suministros. Por lo tanto, los rebeldes comenzaron ganando pequeñas victorias, que condujeron a cosas más grandes. Plutarco continúa su relato:

“Primero, entonces, desviando a los que salieron de Capua contra ellos, y procurando así una cantidad de armas adecuadas para los soldados, con gusto arrojaron los suyos como bárbaros y deshonrosos”.

Es posible imaginar el júbilo de esas primeras victorias y la alegría con que los gladiadores desecharon el odiado uniforme de su oficio y se vistieron como soldados, ya no como esclavos. Este pequeño detalle revela algo mucho más importante que las armas y el equipo. Revela una confianza creciente, el rechazo no solo del estado servil sino también de la mentalidad servil. Vemos lo mismo en todos las insurrecciones y en todas las revoluciones de la historia, donde los trabajadores ordinarios, los descendientes directos de los esclavos, se ajustan a su verdadera altura histórica y comienzan a pensar y actuar como hombres y mujeres libres.

Este motín de esclavos no fue en absoluto un evento único. Cuando la noticia llegó a Roma, causó cierta preocupación, pero ni sorpresa ni alarma indebida. En el siglo anterior, dos revueltas de esclavos, ambas en Sicilia, habían sido sofocadas a costa de decenas de miles de vidas. No cabía ninguna duda en la mente de los Senadores patricios que tenían el control del mundo conocido en sus manos, que el resultado de este levantamiento no sería diferente.

En primer lugar, por lo tanto, las autoridades romanas no calificaron a Espartaco tan alto como los comentaristas posteriores. El Senado ni siquiera se molestó en enviar una legión para reprimir a los rebeldes, sino solo una fuerza de milicias de alrededor de 3.000 bajo el pretor, Claudius Glaber. Consideraron que se trataba de una mera operación policial y que se resolvería rápidamente. Pensaron que esto sería más que suficiente para reprimir a un pequeño número de esclavos mal armados. Pero el campamento de Espartaco se había convertido en un imán para los esclavos de los alrededores, varios miles de los cuales se habían unido a él. A diferencia de los soldados romanos y sus oficiales, los esclavos estaban librando una batalla desesperada por la supervivencia. Por el contrario, los generales romanos subestimaron al enemigo y al principio fueron excesivamente flojos.

Es un hecho bien conocido que los revolucionarios solo pueden ganar yendo a la ofensiva y mostrando la mayor audacia. Los romanos sitiaron a los rebeldes en el Vesubio, bloqueando su escape. Los esclavos se encontraron sitiados en una montaña, accesible solo por un estrecho y difícil pasaje, que los romanos custodiaban, “abarcado por todos los otros lados con precipicios escarpados y resbaladizos”. En un impresionante golpe táctico, Espartaco que tenía cuerdas trenzadas hechas con enredaderas bajó abruptamente con sus hombres por un acantilado al otro lado del volcán, a la retaguardia de los soldados romanos, y lanzó un ataque sorpresa.

Plutarco describe la situación:

“En la parte superior, sin embargo, habían crecido muchas enredaderas silvestres, y cortando la mayor cantidad de ramas que necesitaban, las retorcieron en fuertes escaleras lo suficientemente largas como para llegar desde allí hasta el fondo, por lo cual, sin ningún peligro, bajaron a todos menos uno, que se quedó allí para que les pudiera arrojar las armas, y que después de eso también logró salvarse. Los romanos ignoraban todo esto y, por lo tanto, al caer sobre ellos por la retaguardia, los agredieron desprevenidos y tomaron su campamento”.

Claudius Glaber, que esperaba una victoria fácil sobre un puñado de esclavos, probablemente no se molestó en tomar la precaución elemental de fortificar su campamento. Ni siquiera colocó adecuadamente centinelas para que vigilasen. Los romanos pagaron un alto precio por ese descuido. La mayoría de ellos fueron asesinados mientras dormían, incluido el pretor Claudius Glaber. Esta fue una derrota ignominiosa para los romanos. Los esclavos ahora poseían armas, escudos y armaduras. Más importante aún, descubrieron que podían luchar y ganar. Esta fue su mayor triunfo.