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2.1 «¿Tú lavarme a mí los pies?» (Jn 13,6)

El prólogo del relato de la cena se abre con entonación solemne, propia de una liturgia de despedida, al llegar «la hora de Jesús». Al final, algo importante va a ocurrir. Hasta la gramática lo anuncia. El griego de Juan no es literario ni clásico, sino popular, koinē.

Pero «en esta hora» Juan afina la morfología y la sintaxis del texto para poner de relieve una semántica llena de hondura. La cadena lingüística es la más larga de todos los evangelios griegos.

Comienza el prólogo situando el relato (Jn 13,1-17) en el tiempo externo (chronos)

e interno (kairos).

v. 1: Pascha: antes de Pascua. En Mc 14,22 y paralelos, la última cena es la cena pascual, que se celebraba la noche del 14 al 15 de Nisán, pues en el calendario lunar el

nuevo día comenzaba con la puesta del sol, y la muerte de Jesús ocurre el día de la fiesta de Pascua, el 15 de Nisán, a las tres de la tarde. Para los sinópticos, pues, el cordero pascual es símbolo sacramental del verdadero Cordero, que se va a inmolar la mañana del 15. En Juan, en cambio, todo el escenario es anterior a la cena pascual (cf. Jn 18,28; 19,31). La última cena no es cena pascual, sino cena de despedida, anterior a la

Pascua, anterior al 14 de Nisán. La muerte de Jesús ocurre la víspera de Pascua, el 14 de Nisán. Ese día Jesús será el Cordero pascual.

Hē hōra hina metabē = «la hora para que pasara». La semántica de metabainō

es doble (Beda el Venerable, C. Phillips): el viernes, la hora de pasar de la vida a la muerte, y el domingo, la hora de pasar de la muerte temporal a la vida eterna (Jn

5,24; 1 Jn 3,14). El contexto del texto, así como Jn 16,28, sugiere una segunda traducción: la hora de pasar del mundo al Padre (LXX, R. Brown).

Agapēsas: participio aoristo complexivo, se refiere al amor que Jesús tiene y sigue

teniendo a los suyos durante toda su vida. Ēgapēsen: aoristo puntual terminal, indica el

acto de amor en el momento final de la vida.

Eis telos tiene dos posibles acepciones: 1) Cuantitativa: amor duradero en el

tiempo, hasta el final, hasta la muerte; 2) Cualitativa: amor acabado y perfecto por naturaleza, el género supremo de amor.

v. 3: Eidōs […] hoti apo Theou exēlthen (aoristo) kai pros ton Theon hypagei

(presente) = «sabiendo que salió de Dios y que a Dios vuelve»: momento clave de identificación.

v. 4: Diedsōsen (de diadsōnnimi) heauton (praecinxit se) = «se ciñó él

mismo», como un siervo (Lc 12,37; 17,8).

Himatia = «manto/túnica». Lention (linteum, pannum): «lienzo» o «toalla».

v. 5: Hydōr eis ton niptēra = «agua en la palangana». Son preparativos propios de

un esclavo.

vv. 7-8: El esclavo dice al Señor: Ou mē nipsēs mou tous podas eis ton aiōna

(«No me lavarás los pies jamás»). El Señor dice al esclavo: Ho egō poiō sy ouk oidas arti, gnōsē de meta tauta («Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, lo entenderás

después»).

v. 12: Ginōskete: interrogativo por imperativo. «¿Comprendéis lo que os he

hecho?» = «¡Entended lo que os he hecho!». Desde el versículo 12 al 20, el estilo es poético, probablemente para destacar la solemnidad de la liturgia y su sentido.

v. 13: Ho Didaskalos kai ho Kyrios (en hebreo, Rab y Mar) = «Maestro» y

«Señor». Son títulos que daban sus discípulos a los rabinos. El orden indica el conocimiento y uso progresivo de los discípulos: Jesús es su Rabbi en los primeros

esbozos del Evangelio y su Kyrios en la redacción final.

Eimi gar = «Y lo soy, realmente». Autoafirmación trascendente.

v. 14: Ho Kyrios kai ho Didaskalos: cambia el orden de los dos títulos, bien por

juego estilístico, bien por ser el mismo Jesús el sujeto que se atribuye ambos, pero es ante todo el primero de ellos, ho Kyrios.

v. 15: Hypodeigma = «ejemplo». Se trata de un simbolismo de humildad a imitar,

por sugerencia del mismo relato (Crisóstomo, Lagrange, Feibig), pero también, y más aún, de un simbolismo de identidad a compartir: «mi majestad es servir a la bajeza». Se destaca aquí la sacramentalidad del signo, bien bautismal, por el lavado con agua

(Cullmann, Brown), bien eucarístico, pues Juan sustituye pan y vino por agua y cuerpo

(Goguel, MacGregor), bien penitencial (Agustín y otros teólogos católicos desde el siglo

IV hasta hoy): «No necesita lavarse lo de fuera, los pies, pues la penitencia limpia lo de dentro, el pecado». En la primitiva Iglesia, ¿no fue el lavatorio de los pies sacramento de

caridad, al que se reducían todos los demás sacramentos: el sacramento del amor servicial en la vida, después de participar de los sacramentos del amor cultual en el templo?

v. 16: Doulos/Kyrios. Hay un contraste semita invertido (siervo/señor,

esclavo/amo). Lo propio del Señor Jesús es servir al esclavo Pedro. Ese es su señorío. v. 17: Makarioi puede corresponder a dos formas hebreas: el participio pasivo baruk (griego eulogētos, latín benedictus, castellano «bendito») o el adjetivo ašre

solo a Dios. Dios es el Bendito, lleno de bendiciones. La adjetival se aplica a los hombres: Dios colma de bendiciones (= favores) al hombre, a quien bendice y hace feliz, con gozo en el presente y alegría en el futuro.

2.2. La hora de Jesús (Jn 13,1-17)

La hora de Jesús es ese acontecimiento que lo angustia y lo fascina desde que toma

conciencia de sí: «me matarán, me matarán, me matarán... y volveré al Padre» (Mc 8,32-34). Lo angustia la hora del adiós a la vida, que tanto ha disfrutado durante 30

años (Jn 13,1); la hora de la huida de los incondicionales, que estaban dispuestos a dar la vida por él y van a negar que lo han conocido (13,37-38); la hora del olvido de las masas de aquel amor que se había impuesto por derecho propio (16,32); la hora de la condena de su causa por los fiscales de Dios que juzgan blasfemia la Šema‘ de Jesús (16,9); la

hora de la tiniebla en la que la luz que brillaba inalterable en su vida, su Padre Dios, va a volverse ella misma oscuridad (16,28). Y a la vez lo fascina, pues es la hora que no

puede acabar en nada de nada, porque él no sabe cómo, pero sabe que quien ha puesto su esperanza en Dios no puede ser confundido para siempre. Lo fascina, porque al fin ha llegado el instante dichoso de dejar este mundo para volver a Dios Padre, bendito sea, que lo ama como ama el Padre único «al Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

En esa hora, Jesús no reacciona con la grandeza del hombre que se arriesga a

perder todo menos su propia dignidad y que cae por primera vez en la cuenta de que es preciso pensar en sí mismo, siquiera una vez, «un instante en esa hora», ya que pensando en los demás está a punto de perderlo todo. En esa hora Jesús reacciona con

la grandeza de Dios, y nos da la verdadera medida de su amor sin medida. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).

Habiendo llegado la hora de decirnos a las claras quién es él y quién es su Dios,

¿qué dice en esa hora? No dice, hace. Y ¿qué hace? Se levanta de la mesa... y comienza

a lavar los pies a los discípulos (Jn 13,4-5). Es un momento sacramental. La primera Iglesia reconoció ese momento como el sacramento del amor al hermano. Si los diez mandamientos se resumen en uno, en el mandamiento del amor al hermano, los siete sacramentos se resumen en uno, el sacramento del amor servicial al hermano.