CAPITULO I Il contesto storico 11
2.2. Las nociones de “Generación del 98” y de “Modernismo”: reseña histórica
2.2.3. El concepto de “Modernismo”
Paralelamente al desarrollo de la postura crítica en el ámbito académico que sostenía la identificación de la estética modernista con la innovación métrica y el refinamiento del lenguaje atribuidos a Darío, se iba concretizando una interpretación distinta de ese movimiento en una perspectiva que se puede definir como universal228. Se trataba, en un primer momento, de estudios interesados por el modernismo hispanoamericano, donde se incluía, a modo de apéndice minoritario, el ibérico.
226 En el ensayo de 1913, La guerra literaria (1898-1914), el poeta dibuja el cuadro de la literatura contemporánea con las siguientes palabras: “una gran actividad con vistas a Europa había sustituido la inercia anterior, y en todos los ramos literarios y artísticos, en general, las nuevas tendencias comenzaban a abrirse camino. La novela de Baroja y Azorín, el teatro con Benavente, la poesía lírica con Darío, Juan Ramón Jiménez, Marquina, Villaespesa. El periodismo […] la crítica artística y filosófica con José Ortega y Gasset. Y el movimiento de renacimiento español contó […] con ese enorme propulsor de ideas y conmovedor de conciencias que se llamaba don Miguel de Unamuno. […] En una palabra, el modernismo había triunfado”, cfr. M. Machado, Los poetas de hoy, recogido en L. Litvak (ed. de), El Modernismo.., pp.
209-210.
227 Cfr. R. Gullón, Direcciones del Modernismo, Madrid, Alianza, 1990, (1ª ed. 1963), p. 21.
228 Para una panorámica de las distintas aportaciones críticas que animan, hasta los años sesenta, el debate sobre el “Modernismo”, unas veces identificado con el Esteticismo, y otras veces con una época, véase N.
Davison, El concepto de modernismo en la crítica hispánica, Buenos Aires, Nova, 1971.
Así pues, el vocablo, considerado según una acepción extensiva, designa un movimiento que se desarrolla más o menos simultáneamente en América Latina y en España a partir de 1885, y que se connota por un fuerte carácter innovador expresado tanto a nivel formal como de contenido. Federico de Onís es uno de los primeros críticos que se ocupa del fenómeno del “Modernismo” en estos términos. En los años treinta, declara que semejante estación cultural coincide con una “nueva época de nuestra literatura”229. La definición expuesta por Onís en la introducción a su antología de 1934 se convirtió, con el tiempo, en un punto de referencia y orientación para todos aquellos que manifestaban su interés por explorar el territorio modernista. Nos parece oportuno, pues, referir aquí la sintética dilucidación proporcionada por el autor a propósito del término en cuestión:
el modernismo es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1885 la disolución del siglo XIX y que se había de manifestar en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico cuyo proceso continúa hoy.230
Queda patente la imprecisión sobre la que descansa la fórmula conceptual que, urdida por el historiador, se encierra además en el estrecho espacio recortado en las páginas de la introducción a su Antología. De todas maneras es importante subrayar la originalidad de su punto de vista y la nueva clave interpretativa que puso al servicio de la operación crítica sucesiva.
En primer lugar, Onís singulariza en la general crisis espiritual de fin de siglo, percibida simultáneamente por las individualidades artísticas de los distintos rincones del mundo, el surgimiento de una estética nueva. Divisa, además, la peculiaridad de la respuesta ibérica que se incluye en el “Modernismo”, homólogo a otro capital movimiento poético europeo originado en Francia y conocido como “Simbolismo”. El autor define semejante fenómeno transnacional como si de una generalizada revolución estética se tratara, protagonizada por numerosos artistas que polemizaban sobre un estado de cosas que obstaculizaba el libre ejercicio de su actividad creativa. Profundiza, pues, en la posible conexión entre las manifestaciones literarias de fin de siglo y las inéditas condiciones en que operan los escritores. En efecto, la reacción que toma forma a nivel artístico se enraíza en un acto individual de oposición a la civilización positivista del siglo XIX, de la que los nuevos escritores no compartían determinados principios y valores.
229 Cfr. F. de Onís, Antología de la literatura española e hispanoamericana (1882-1932), New York, Las Américas Publishing Company, 1961, pp. XIII-XXIV, p. XIII, (1ª ed.1934).
230 Cfr. Ibidem, p. XV.
El crítico completa su discurso en torno al “Modernismo” centrándose en algunos aspectos peculiares y comunes a las obras que se disponen en un arco cronológico que va desde la segunda mitad del siglo decimonónico hasta los años treinta del siglo XX, como, por ejemplo, el carácter cosmopolita de la literatura de la época. Asistimos, de hecho, a un movimiento supranacional que se desarrolla contemporáneamente en los principales centros culturales de numerosos países. Subraya, además, el carácter multiforme de una corriente artística formada por distintos modos literarios. Resultado ineluctable si se considera que “el subjetivismo extremo, el ansia de libertad ilimitada y el propósito de innovación y singularidad”231 representan otros rasgos distintivos de la nueva línea poética. Para terminar, Onís evidencia que el “Modernismo” esta animado por una clara voluntad destructora, pero que, a la vez, propaga, “los gérmenes de muchas posibilidades futuras”232. Encontraremos una serie de observaciones semejante también en las sucesivas reflexiones acerca de nuestro asunto.
Por lo que concierne al alcance epocal del movimiento, vuelve a insistir en esa concepción en un artículo de 1953 “Sobre el concepto de Modernismo”233, donde pone de manifiesto la semejanza entre el “Modernismo” y el “Renacimiento”. Ambos períodos están marcados por la fundación de una cultura literaria peculiar que, además de encarnarse en obras de notable envergadura, llega a ser expresión del carácter original hispánico que explica su grandeza. Además, tal como sucedió en el Renacimiento, durante el “Modernismo” los autores alcanzan importantes resultados, gracias a sus considerables capacidades y al provechoso contacto con las diferentes literaturas coetáneas.
Para los años sucesivos, la antología de Onís y las preciosas indicaciones contenidas en su introducción, van a constituir la línea maestra seguida por Juan Ramón Jiménez en su planteamiento del curso universitario, que imparte en la Universidad de San Juan de Puerto Rico (1953)234. Se trata, de hecho, de uno de los más importantes defensores de la formulación extensiva del término “Modernismo”.
231 Cfr. Ibidem, p. XIV.
232 Cfr. Ibidem, p. XVIII.
233 Vid. F. de Onís, “Sobre el concepto de Modernismo”, Torre, 2, (1953), pp. 95-103 Consultado en la obra de H. Castillo, Estudios críticos sobre el Modernismo, Madrid, Gredos, 1968, pp. 35-42.
234 Los apuntes del curso, publicados por primera vez en Méjico en 1962, cubren un importante papel en el desarrollo del debate en torno al “Modernismo”. Presentan, además, unas sugerencias en línea con el planteamiento de los estudios más actuales sobre la literatura española entre los siglos XIX y XX. Jorge Urrutia, partidario de la importancia de ese documento, ha preparado una edición crítica de las anotaciones portorriqueñas del poeta, acompañada por una interesante y documentada introducción en la que pone de manifiesto cómo Jiménez superó el polémico enfrentamiento entre la “Generación del 98” y el
“Modernismo”, de una manera muy parecida a las más recientes posturas al respecto.
En su lección inicial, el poeta retoma la postura de Onís y la explicita defendiendo que: “el movimiento modernista no [es una] escuela; bajo él caben todas las ideologías y sensibilidades”235. Sin embargo, anteriormente, en un artículo publicado en 1935, ya había propuesto la identificación de esa corriente con una tendencia general que promovía el cambio no sólo en el concepto del arte, sino también en la visión del hombre y de la sociedad. A tales modificaciones estéticas e ideológicas cabe asociar la actitud rebelde de algunos artistas, que se pronunciaban así en contra del valor trivial atribuido a la vida por el materialismo decimonónico, por un lado; y, por otro, manifestaban su rechazo de las prácticas artísticas típicas de la clase burguesa, sin soslayar que la nueva generación se caracterizaba por su devoción al nuevo ideal poético de lo bello236.
Juan Ramón Jiménez detecta al final del siglo XIX, el germen de un proceso general de replanteamiento radical, que opera en los distintos sectores de la actividad intelectual e interesa en ámbitos tan distintos como el teológico, el científico y el cultural.
Tan amplio es su alcance que el poeta se atreve a investigar los lazos profundos, casi genéticos, entre el nuevo movimiento literario y las innovadoras direcciones del pensamiento teológico en los primeros años del siglo XX237. Esa fuerza cultural nueva, que se desarrolla en un primer momento en Alemania, se extiende sucesivamente a otros países, de manera que es posible localizar notables representantes en Francia, Italia e Inglaterra. Sin embargo, tras la condena de Papa Pío X, será abolido del área europea, pero reaparece en los Estados Unidos. Es allí donde, según Juan Ramón Jiménez, se lleva a cabo la conmistión entre renovación teológica y artística, a partir tanto de su común afán renovador, como de la conciencia de que, con el nuevo siglo, se abriría un mundo diverso.
Observa, además, que el modernismo literario se origina en el continente americano y llega a España no sólo con características parejas, sino también con el mismo nombre.
Hay que aclarar que el “Modernismo” hispano-americano no representa la única manifestación de la nueva fase cultural, que revela, tal y como observábamos, unas proporciones universales. El crítico localiza algunos aspectos similares también en la
235 Cfr. J. R. Jiménez, El Modernismo. Apuntes ..., p. 11.
236 Nos parece interesante retomar en nota la definición del marbete “Modernismo” ofrecida por Juan Ramón Jiménez en un artículo de la revista Voz (1935). El poeta mantiene que: “lo que se llama modernismo no es cosa de escuela ni de forma, sino de actitud. Era el encuentro de nuevo con la belleza sepultada durante el siglo XIX por un tono general de poesía burguesa. Eso es el modernismo: un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza”, cfr. L. Litvak (ed. de), El Modernismo.., p. 12.
237 Se refiere al programa reformador elaborado por un grupo de teólogos alemanes hacia la mitad del siglo decimonónico con el fin de matizar el categórico rechazo por parte de las instituciones clericales de los nuevos descubrimientos científicos y de las inéditas corrientes filosóficas. Les parecía insostenible el abismo existente entre la anacrónica cultura eclesiástica y el pensamiento moderno, y proponen vías de conciliación.
escena literaria francesa del momento, donde se producen notables realizaciones, y donde ese movimiento general recibe definiciones distintos, como Parnasianismo, Simbolismo e Impresionismo. Si bien, puso de manifiesto, en un nivel superficial, una grande variedad de modalidades representativas, no es tarea ardua comprobar que la mayoría de esas líneas literarias confluyen en el amplio fenómeno de alcance epocal del “Modernismo”. En definitiva, para Juan Ramón Jiménez:
el modernismo es un movimiento envolvente. Las escuelas son parnasianismo, simbolismo, dadaísmo, cubismo, impresionismo, etc. Todo cae dentro del modernismo porque todo es expresión en busca de algo nuevo hacia el futuro238.
Sin embargo, la búsqueda de algo nuevo se lleva a cabo empleando el material que proporciona la tradición literaria. En este sentido, es necesario entender el concepto de
“revisión modernista” a la que hace alusión el poeta-profesor, y que se concreta en la elaboración de nuevas soluciones expresivas y formales.
Detengámonos en otra postura representativa del significado universal atribuido al vocablo “Modernismo”, sobre el que se pronuncia Max Heríquez Ureña en su Breve historia del Modernismo239. En su sintética introducción cataloga los diferentes usos del término. Con la misma palabra se podía designar tanto una tendencia que se desarrolla dentro del pensamiento católico, como un movimiento literario. De ahí, cierto grado de confusión en su manejo, asumiendo, según el historiador, que es equivocado intentar asimilar los dos fenómenos, como sostenía Juan Ramón. Ureña delinea de manera escueta su definición de “Modernismo”, en la que aflora la índole “revolucionaria” de un estilo poético supranacional. Y señala que:
las dos últimas décadas del siglo XIX señalaron el advenimiento de una revolución literaria que abarcó en su órbita a todos los pueblos de habla española en el Nuevo Mundo y que, posteriormente, se extendió a España.240
Al final, establece dos coordenadas fundamentales que coadyuvan en la demarcación del significado global de la literatura modernista. Por una parte, vislumbra en las manifestaciones literarias una reacción común contra los excesos del Romanticismo, del que los nuevos escritores heredaron la emoción lírica y la sonoridad verbal. Por otra, Ureña reconoce una afinidad peculiar entre los aspectos más innovadores del
“Modernismo” y los de las corrientes literarias que dominaron en Francia entre los siglos XIX y XX. Cabe añadir que, a su juicio, la revolución literaria que se lleva a cabo en los
238 Cfr. J. R. Jiménez, El Modernismo..., p. 80.
239 Vid. M. Henríquez Ureña, Breve historia del Modernismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1954.
240 Cfr. Ibidem, p. 11.
centros culturales de América central y meridional representa la expresión artística de la nueva sensibilidad contemporánea. De ahí que las razones intrínsecas de ese cambio no sean de tipo histórico, sino filosófico. De hecho, el estado de angustia e incertidumbre, originado de la crisis espiritual de final de siglo, fundamenta la nueva fase cultural. En conclusión, es oportuno poner de relieve que, por lo que a la literatura española se refiere, la producción modernista armoniza con un conjunto de obras en verso y en prosa de autores exclusivamente catalanes (estudiados en apéndice a su volumen).
Se ha reconstruido, hasta ahora, la primera etapa de la elaboración de la concepción extensiva, o sea del sentido epocal que algunos críticos de la talla de Onís, Juan Ramón Jiménez y Ureña asignaron al término “Modernismo”. Cabe constatar, sin embargo, que aunque compartan la misma perspectiva, al comparar sus formulaciones surgen unas discrepancias sustanciales sobre los límites cronológicos, la naturaleza del movimiento y sus orígenes.
En parte, la aportación de Ricardo Gullón allana algunas de las contradicciones inherentes al debate crítico tal y como se había desarrollado hasta los años cincuenta. Así, pues, en el cuadro que acabamos de delinear, es preciso incluir su postura que, a partir de los comienzos de los sesenta, retoma las indicaciones de tan distinguidos antecesores e intenta remediar algunas de sus carencias. En el ensayo Direcciones del Modernismo241, Gullón hace referencia, para fundar su hipótesis de trabajo, a la taxonomía de Juan Ramón Jiménez, por la que hay que entender el “Modernismo” como una “época”, y manifiesta su intención de profundizar en el estudio de los factores que integran ese movimiento cultural globalizado.
Antes de empezar su análisis de los elementos constitutivos del arte modernista, Gullón ilustra el significado de la peculiar operación renovadora llevada a cabo por la nueva generación de escritores, ubicándolos en su contexto histórico. A su juicio, las diferentes modificaciones presentes en sus obras son sintomáticas de un profundo proceso de cambio. De hecho, los modernistas, al final del siglo XIX, levantan su protesta en contra del mundo que les rodea y, especialmente, de la civilización burguesa y la ideología utilitaria en la que se apoya.
Aclarada la relación con las circunstancias extra-literarias, declara que los autores modernos se caracterizan por su emancipación de los moldes literarios tradicionales. Ellos proponen, de hecho, sus propias soluciones personales, creando así un conjunto caótico de
241 Cfr. R. Gullón, Direcciones…
obras, pero del que se puede extraer una distinta manera de pensar y de relacionarse no sólo con el arte, sino también con la existencia. A propósito de esa tendencia individualista, pone de relieve su similitud con la manera de actuar de los románticos (de los que esos poetas retoman además numerosos temas y motivos, adaptándolos a códigos culturales diferentes), así como los claros nexos de unión con el liberalismo y su exaltación de la libertad, en cuanto principio-guía de todas las actividades del hombre.
Para concluir, como ya habían evidenciado Onís y Jiménez, Gullón realza en el fenómeno del “Modernismo” los rasgos típicos del Simbolismo y Parnasianismo.
Después de exponer los orígenes del movimiento modernista, examina las
“direcciones” inherentes a la producción literaria, espías por demás de una nueva concepción de la realidad. Entre los elementos constitutivos más ejemplares de un programa estético inédito, Gullón enumera la frecuente presencia en los textos de la
“ensoñación”, junto con las distintas modalidades de evasión del presente. Huidas, por un lado, geográficas, que motivan el recurso al elemento indígena americano y a los temas del exotismo, y, por otro, temporales manifestadas con la evocación de épocas pasadas o con la recuperación de mitos y leyendas. Además, entre los motivos privilegiados por lo escritores modernistas reseña el erotismo, el misticismo, las distintas formas de ocultismo (el orfismo, el pitagorismo, el espiritismo), y las doctrinas exotéricas tan en boga al final del siglo. Su visión de conjunto sobre ese movimiento cultural que denomina
“Modernismo” se puede colegir en las siguientes palabras:
A esta distancia, las líneas de fuerza muestran su fluida continuidad, y advertimos cómo, al comienzo del siglo modernista, se entretejen y mezclan los materiales de varia procedencia que han de integrarlo, como los grandes ríos se forman por incorporación de afluentes llegados desde distintas cumbres al curso que dará nombre a la corriente242.
Por lo que concierne a los límites cronológicos de tan extensa fase, Gullón define un medio siglo modernista y establece, como término ad quem, el año 1880 y a quo, el 1940, es decir, en el umbral, tras el paréntesis de la Segunda guerra mundial, de la Postmodernidad.
Para terminar el estudio de las posturas críticas que conciernen el concepto de
“Modernismo”, es importante sumar a nuestro discurso el artículo de Ivan Schulman
“Reflexiones en torno a la definición del modernismo” (1966)243. En línea con el punto de vista de Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón, pretende atar algunos cables sueltos en el
242 Cfr. Ibidem, p. 54.
243 Vid. I. A. Schulman, “Reflexiones en torno a la definición del modernismo”, Cuadernos americanos, 4 (1966), pp. 211-240. Consultado en: L. Litvak (al cuidado de), El Modernismo..,.., pp. 65-95.
debate crítico para lograr una definición exhaustiva del concepto. Antes de nada, conviene observar que el artículo se compone de tres partes: la primera se ocupa del problema historiográfico, la segunda de la descripción del término “Modernismo” y la tercera, muy breve, del problema de la extensión de ese movimiento. Respetando el orden de la exposición, vamos a destacar algunas de las ideas más sustanciales de Schulman. En primer lugar, proclama la necesidad de explorar los primeros documentos críticos que atestiguan la existencia del fenómeno, puesto que recogen la que estima como auténtica definición formulada sobre el arte modernista. Es decir, su identificación con un movimiento general de renovación. En segundo lugar, es necesario subrayar que, partiendo de una concepción del “Modernismo” como “la forma literaria de un mundo en estado de transformación”244, especifica los lazos que unen la producción literaria con los aspectos filosóficos, culturales y sociales del contexto donde nace. De manera que desvela que las novedades formales y los adornos retóricos se corresponden, en el plano ideológico, con la exploración del significado de la existencia. En efecto, Shulman logra destacar el carácter fundamental del cambio literario modernista, cuando mantiene que:
la profunda preocupación metafísica de carácter agónico que responde a la confusión ideológica y a la soledad espiritual de la época [...] junto con el desmoronamiento espiritual e intelectual, que, al mismo tiempo que libera la mente de trabas y normas, crea un vacío, un abismo aterrador que las angustiadas expresiones de la literatura modernista reflejan245.
Por último, a propósito del arco cronológico por el que se extiende el movimiento en cuestión, está conforme con la diacronía de Jiménez y Gullón, al fijar el intervalo de tiempo que abarca los últimos veinte años del siglo XIX y los primeros cuarenta del XX.
Para terminar, después de trazar el cuadro compuesto por las principales elaboraciones críticas sobre la noción epocal de “Modernismo”, hemos de añadir que los autores estudiados constituyen los puntos de referencia imprescindibles para el proceso de revisión del concepto que arranca a mediados de los setenta. Por esa razón, antes de continuar, recordemos que el debate teórico que se desarrolla, sucesivamente, retoma algunos aspectos de las aportaciones que acabamos de examinar, como por ejemplo la inclusión de las letras españolas en el amplio panorama europeo, operación promovida por Onís y afianzada por Juan Ramón Jiménez con referencia a textos y a escritores concretos.
Además, ciertas ideas relacionadas tanto con la transformación del papel del artista dentro de la sociedad capitalista como con los efectos de la imposición de la ley de mercado a las
244 Cfr. Ibidem, p. 73.
245 Cfr. Ibidem, p. 83
obras de arte, constituyen unos factores que se tienen todavía muy en cuenta en la interpretación del significado cultural de los textos de la época. Con la diferencia de que, casi huelga decirlo, ya no se confunden tales circunstancias materiales con el sentimiento de crisis general que se difunde en los ambientes intelectuales finiseculares.