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Ética de la virtud: toma de decisiones basadas en la integridad y el carácter

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En su mayor parte, los enfoques deontológico y utilitario de la ética se centran en reglas que po- demos seguir para decidir lo que debemos hacer, tanto como individuos como ciudadanos. Estos enfoques conciben una razón práctica en términos de decidir cómo actuar y qué hacer. Sin embargo, en el capítulo 1 señalamos que la ética involucra también cuestiones acerca del tipo de persona que debemos ser. La ética de la virtud es una teoría dentro de la ética fi losófi ca que busca una descrip- ción completa y detallada de los rasgos de carácter , o virtudes , que constituirían una vida humana buena y plena .

OBJETIVO 9

42 Capítulo 2 Filosofía moral y negocios

Podemos entender a las virtudes como aquellos rasgos de carácter que constituyen una vida humana buena y llena de sentido . Ser amigable y alegre, tener integridad, ser honesto, sincero y ver- dadero, tener deseos modestos y ser tolerantes son algunas de las características de la vida humana buena y valiosa. (Para conocer cualidades adicionales, vea el “Vistazo a la realidad: Virtudes en la práctica”.) Uno puede ver las virtudes éticas en acción en situaciones de la vida diaria: describimos el comportamiento de alguien como desequilibrado o como íntegro. Quizás el mejor ejemplo de la ética de la virtud se puede apreciar en la intención de cada buen padre que desea criar niños felices y decentes.

Para entender cómo difi ere la ética de la virtud de los enfoques utilitario y deontológico, consi- dere el problema del egoísmo . Como se mencionó anteriormente, el egoísmo es una perspectiva que sostiene que la gente actúa solo por su propio interés. Muchos economistas, por ejemplo, asumen que todas las personas siempre actúan según sus propios intereses; de hecho, muchos asumen que la misma racionalidad debe ser defi nida en términos de actuar por interés propio. El mayor reto que plantea el egoísmo y, según algunos, el mayor desafío de la ética, es la aparente brecha entre el inte- rés propio y el altruismo, o entre la motivación que es autosatisfactoria y la que pretende satisfacer al prójimo. La ética nos exige, cuando menos a veces, que actuemos por el bienestar de otros. Sin embargo, algunos argumentarán que esto no es posible. Los seres humanos actúan solo por motivos egoístas.

La ética de la virtud cambia el eje de las preguntas acerca de lo que una persona debe hacer para enfocarse en lo que la persona es. Este cambio de centro requiere no solo una perspectiva distinta de la ética, sino, al menos igual de importante, una perspectiva distinta de nosotros mismos. En esta distinción va implícito el reconocimiento de que nuestra identidad como individuos está constituida en parte por nuestros deseos, creencias, valores y actitudes. El carácter de una persona , aquellas

disposiciones, relaciones, actitudes, valores y creencias que se consideran popularmente como per- sonalidad , no es un rasgo que permanezca independiente de la identidad de dicha persona. El ca- rácter no es como un atuendo que se pone y se quita a voluntad. Más bien, en sí mismo es idéntico a las disposiciones, actitudes, valores y creencias más fundamentales y duraderas de una persona.

Observe cómo este cambio altera la naturaleza de la justifi cación en la ética. Si, como parece ser verdad para mucha gente, la justifi cación ética de un acto requiere que esté ligado al interés propio, no nos sorprendería encontrar que tal justifi cación falla con frecuencia. A menudo, las controversias éticas involucran un confl icto entre el propio interés y los valores éticos. ¿Por qué debo hacer lo éticamente correcto si me exige que renuncie a una gran cantidad de dinero? Para una personalidad realmente poco modesta, la única vía posible de justifi cación involucraría demostrar cómo esa dis- posición sirve a algún otro interés de esa persona. ¿Por qué debería un ejecutivo rechazar un bono multimillonario? La única forma de responder a esta pregunta parece ser demostrar que hacerlo sería en interés propio . Pero, esto a veces es poco probable. (Vea “Vistazo a la realidad: ¿Es el egoísmo una virtud?”)

Vistazo a la realidad

Virtudes en la práctica

El lenguaje de los vicios y virtudes puede parecer anticuado o pintoresco a los lectores modernos, pero durante siglos fue una perspectiva ética dominante en el mundo occidental. Si usted desarrolla una lista de objetivos que describe el carác- ter de una persona, descubrirá que el lenguaje de los vicios y virtudes no está tan fuera de época como podría parecer.

Los antiguos griegos identifi caron cuatro virtudes pri- marias : coraje, moderación, sabiduría y justicia. Los prime- ros cristianos describieron las tres virtudes cardinales de fe, esperanza y caridad. Los Boys Scouts juran ser confi ables, leales, serviciales, amigables, corteses, amables, obedien- tes, alegres, ahorrativos, valientes, limpios y reverentes.

Según los fi lósofos antiguos y medievales, las virtudes representan un medio equilibrado, el “justo medio” entre los dos extremos, que pueden ser considerados vicios. Así, por ejemplo, una persona valiente encuentra el equilibrio entre muy poco valor, que es cobardía, y demasiado coraje, que sería imprudencia y temeridad.

Las virtudes son aquellos rasgos de carácter o hábitos que producirían una vida buena, feliz y llena de sentido. Practicar dichos hábitos y virtudes, y actuar de acuerdo con el propio carácter, es llevar una vida íntegra .

Por otra parte, para la persona que se caracteriza por tener deseos modestos y sencillos, la cuestión de justifi car un salario menor es menos relevante. Si soy el tipo de persona que tiene deseos moderados y limitados por el dinero, entonces no existe la tentación de ser antiético en aras de ob- tener un gran bono. Para mucha gente, el interés propio representa el ser una persona considerada, modesta, sencilla y altruista. Para esta gente, simplemente no existe confl icto entre el interés propio y el altruismo.

Por lo tanto, el grado en que somos capaces de actuar por el bienestar de los demás parece depender de una variedad de factores como nuestros deseos, creencias, disposiciones y valores; en síntesis, depende de nuestro carácter o del tipo de persona que somos. Si la gente es considerada, empática, caritativa y comprensiva, entonces el egoísmo simplemente no es un factor a considerar en su toma de decisiones.

La ética de la virtud hace hincapié en la parte más afectiva de nuestro carácter. Esta teoría ética reconoce que nuestras motivaciones —nuestros intereses, anhelos y deseos— no son el tipo de cosas que uno elige de nuevo cada mañana. En vez de eso, los seres humanos actúan con base en su carácter. Al llegar a la edad adulta, estos rasgos de carácter suelen estar profundamente enrai- zados y condicionados dentro de nosotros. Dado que nuestro carácter juega un papel tan decisivo en nuestro comportamiento, y dada la conciencia de que nuestro carácter puede ser moldeado por factores controlables (mediante decisiones conscientes e individuales, por cómo fuimos educados, por las instituciones sociales en las que vivimos, trabajamos y aprendemos), la ética de la virtud busca entender cómo se forman esos rasgos y cuáles exaltan y cuáles minan una vida humana plena, signifi cativa, valiosa y satisfactoria.

La ética de la virtud puede ofrecernos una comprensión más completamente matizada de la vida dentro de los negocios. En vez de simplemente describir a la gente como buena o mala, correcta o

Vistazo a la realidad

¿Es el egoísmo una virtud?

¿Exige la ética que sacrifi quemos nuestros propios intere- ses por los demás? Si esto es así, ¿es razonable? ¿Es incluso posible?

La tensión entre la ética y el interés propio ha sido bá- sica para la ética fi losófi ca desde al menos los tiempos de Sócrates y Platón. Ciertamente, las obligaciones éticas pa- recen exigir que a veces restrinjamos nuestras acciones en consideración al interés de otra persona . Sin embargo, algu- nos pensadores han concluido que dicha exigencia es poco razonable y realista. Es poco razonable porque sería pedir demasiado a la gente que actúe contra su propio interés; y sería poco realista porque, de hecho, ser egoísta simple- mente es parte de la naturaleza humana.

Ayn Rand, fi lósofa del siglo XX, argumentaba que el egoísmo es una virtud . Rand negaba que el altruismo , el ac- tuar para los intereses ajenos, era una virtud ética . Es muy fácil que el altruismo predisponga a la gente a sacrifi carse por otros ignorando sus propios intereses básicos. En cam- bio, ella argumentaba que la gente éticamente responsable defendía sus propios intereses y debía estar motivada por una preocupación por estos. Desde tal perspectiva, el egoís- mo es una virtud; la gente que actúa preocupada por sus propios intereses tendrá una vida más plena y feliz.

Este punto de partida fi losófi co ha conducido a muchos pensadores, incluyendo a la misma Rand, a adoptar la fi lo- sofía política y social del liberalismo . Se trata de una pers- pectiva de que el derecho fundamental de los individuos es

el derecho a la libertad , entendido como a ser libres de la interferencia de otros. El liberalismo proporciona también un sustento fi losófi co para el capitalismo de libre mercado , y a menudo es la perspectiva ética implícita en el pensamien- to de la gente de negocios. El libre mercado es el sistema económico que mejor sirve a la meta libertaria de proteger los derechos individuales a la libertad.

Pero incluso Rand reconoció que el egoísmo, en este sentido fi losófi co , no era lo mismo que lo que comúnmente se considera comportamiento egoísta . Hacer simplemente lo que uno quiere no necesariamente va en favor del propio interés. La conducta de la persona egoísta y egocéntrica estereotípica que es antagónica respecto a los demás pro- bablemente no la llevará a tener una vida feliz, segura y va- liosa. Rand reconoció que, bien entendido, el interés propio puede a veces exigir que restrinjamos y regulemos nuestros propios deseos. Aún más, como la virtud del egoísmo se aplica en forma igual a toda la gente, nuestro interés propio está limitado por los derechos de los otros.

Así, la versión de Rand del liberalismo no es tan extre- ma como podría parecer a primera vista. Ninguna teoría éti- ca espera que la gente lleve una vida de total autosacrifi cio y autonegación. Pero incluso quienes pueden ser descritos como egoístas éticos admiten que el interés propio racional crea límites éticos a las acciones propias, y que la gente demasiado egoísta es antiética.

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incorrecta, la ética de la virtud proporciona una descripción más plena. Por ejemplo, podemos des- cribir a Aaron Feurestein como heroico y valiente; como un hombre íntegro, que comprende a los empleados y se preocupa por su bienestar. Otros ejecutivos pueden ser descritos como avariciosos o despiadados, orgullosos o competitivos. Frente a un dilema difícil, podemos preguntarnos: ¿qué haría una persona íntegra? ¿Qué diría una persona honesta? ¿Tengo el coraje de defender mis con- vicciones? En otras palabras, puede pensar en alguien a quien usted considera virtuoso y preguntarse a sí mismo qué haría esa persona en esta situación. ¿Qué haría una persona virtuosa?

Además de conectar las virtudes a la concepción de una vida humana más plena, la ética de la virtud nos recuerda también examinar cómo se forman y se condicionan los rasgos de carácter. Para cuando somos adultos, mucho de nuestro carácter se ha formado por infl uencia de nuestros padres, escuelas, iglesia, amigos y sociedad. Pero las instituciones sociales poderosas como las empresas, y especialmente nuestros propios sitios de trabajo, y nuestros roles sociales particulares dentro de ellos (es decir, gerente, profesional y practicante) tienen una profunda infl uencia en moldear nuestro carácter. Considere una empresa contable que contrata a un grupo de practicantes, esperando que menos de la mitad se quedará, y donde solo un muy pequeño grupo será contratado. Ese ambiente corporativo alienta las motivaciones y el comportamiento en forma muy distinta a una empresa que contrata menos gente pero les da a todos una mayor oportunidad de lograr un éxito a largo plazo. Una compañía que fi ja metas de ventas poco realistas descubrirá que ha creado una fuerza de ventas diferente de la creada por otra empresa que entiende las ventas más como un servicio al cliente. La ética de la virtud nos recuerda que observemos las prácticas actuales que encontramos en el mundo de los negocios y nos preguntemos qué tipo de gente está siendo formada por estas prácticas. Mu- chos dilemas morales individuales que surgen dentro de la ética en los negocios pueden entenderse mejor si consideramos que surgen de una tensión entre el tipo de persona que intentamos ser y el tipo de persona que la compañía espera que seamos. (Ver “Vistazo a la realidad: ¿Puede enseñarse la virtud?”)

Considere un ejemplo descrito por alguien que está realizando estudios empíricos sobre los valo- res que se encuentran en compañías de mercadotecnia y agencias de publicidad. Esta persona reportó que, en varias ocasiones, los agentes de publicidad le dijeron que nunca permitirían que sus hijos vieran los programas de televisión y comerciales que sus propias empresas estaban produciendo.

Vistazo a la realidad

¿Puede enseñarse la virtud?

El famoso diálogo platónico Menón abre con el protagonista planteándole a Sócrates esta pregunta básica: ¿Puede ense- ñarse la virtud? Si la ética involucra el desarrollo de los hábi- tos y rasgos de carácter correctos, como sostiene el teórico de la virtud, entonces la adquisición de dichos rasgos se convierte en una cuestión fundamental para la ética. ¿Pode- mos enseñar a la gente a ser honesta, confi able, leal, cortés, moderada, respetuosa y compasiva?

De inicio, Menón plantea la pregunta en términos de dos opciones: o la virtud se enseña o es adquirida natural- mente. En términos modernos, ¿es esto una cuestión de crianza o de naturaleza, ambiente o genética? La respuesta de Sócrates es más complicada. La virtud no puede sim- plemente ser enseñada por otros ni se adquiere automáti- camente por naturaleza. Cada individuo tiene el potencial natural para volverse virtuoso, y aprender de lo que nos ro- dea es parte de este proceso. Pero, en última instancia, las virtudes deben ser desarrolladas por cada persona a través de complejos procesos de refl exión personal, razonamiento, práctica y observación, así como reforzamiento y condicio-

namiento social. Las virtudes son hábitos , y adquirir un há- bito es un proceso sutil y complicado.

Los padres se enfrentan a esta pregunta todos los días. Sabemos que nuestros hijos tendrán vidas más felices y va- liosas si son honestos, respetuosos, alegres, moderados, y no avariciosos, envidiosos, depresivos, arrogantes o egoís- tas. Sin embargo, no basta con decirles que sean honestos y que eviten la avaricia; y tampoco podemos permanecer pasivos y asumir que estos rasgos se desarrollarán natu- ralmente. Inculcar estos hábitos y rasgos de carácter es un proceso de largo plazo que se desarrolla con el tiempo.

Las instituciones de negocios también han terminado por reconocer que la formación del carácter es algo tan difí- cil como inevitable. Los empleados llegan a las compañías con ciertos hábitos y rasgos de carácter, que pueden ser moldeados y reforzados en el sitio de trabajo. Contrate a una persona que posea los rasgos de carácter equivocados, y ha- brá problemas. Diseñar un sitio de trabajo, crear una cultura corporativa, reforzar virtudes y desalentar el vicio es uno de los grandes retos de una compañía ética .

Admitieron que los comerciales de dichos programas estaban dirigidos a manipular a los niños para que adquirieran, o hicieran que sus padres les compraran, productos que tenían poco o ningún valor real. En algunos casos, los comerciales promovían beber cerveza y los publicistas admitieron, como su “pequeño y sucio secreto”, que el público objetivo era el mercado adolescente. Aún más, su propia investigación evidenció el éxito de los comerciales al lograrse un aumento en las ventas.

Independientemente de las preguntas éticas que podríamos hacer respecto a la publicidad diri- gida a los niños, un enfoque de la ética de la virtud consideraría al tipo de persona que es muy capaz de disociarse de sus propios valores en su trabajo, y las instituciones y prácticas sociales que alientan esto. ¿Qué tipo de persona está dispuesta a someter a los hijos de otros a prácticas de mercadotec- nia que no aceptaría para sus propios hijos? Dicha persona parece carecer incluso de la forma más elemental de integridad personal. ¿Qué tipo de institución alienta a la gente a tratar a los niños en formas que, según está dispuesta a admitir, son indecentes? ¿En qué tipo de persona se convierte uno al trabajar en semejante institución?

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